19/9/10

EL NIÑO DESLUMBRADO


Es un relato lleno de sentimiento y dulzura, en el que hay momentos que despierta la simpatía y comprensión del lector. Novela autobiográfica sobre la adolescencia de Rachid O. Que estuvo marcada por sus dos pasiones: Los libros y los hombres.

En esta novela narra la realidad dura pero cierta de la vida de un joven homosexual en el Magreb. Se queda huérfano a una edad muy temprana, y siendo el menor de tres hermanos, se verá sumido en un mundo de emociones y pasiones, amistades, huidas y desengaños no siempre fáciles de cargar o entender.


Rachid O.
Nacido en Rabat en 1970, después de los estudios en Marrakech, Rachid O. una estancia en París. En 2000, fue recibido como un huésped en la Villa Médicis gestionado por la Fundación de Francia en Roma.
Más obras:
- Varias Vidas o Muchas Vidas. (dependiendo de la traducción).
- Chocolate caliente.
- Lo que queda.

Un trozo de la novela:
(Traducción de Javier Montes)

PREÁMBULO
Durante mi primer año de colegio teníamos una profesora que nos hacía cantar. Al terminar la clase era ella quien nos cantaba. Bueno, que nos divertía. Una vez nos preguntó a todos lo que queríamos ser de mayores, el trabajo que cada uno deseaba desempeñar
más tarde, aquél con el que soñábamos, y la explicación del porqué. Miré a mi compañero de al lado y vi que tenía un sueño, ser médico. Yo pensé: “No tengo nada que decir”, no me apetecía nada ser médico, que se parecía bastante a abogado o profesor, que era en lo que pensaban los demás. Entonces me di cuenta de lo que quería ser, pero no me atrevía a decirlo: ser el protagonista de un libro, el personaje de la novela de un escritor. Mi sueño era raro, no me atrevía a decírselo a la gente, se salía de la norma. Era una obsesión. Y no sabía que a la edad de veintitrés años, en la mitad de mi vida, o al menos en la primera mitad de mi vida, o eso espero, el sueño se haría realidad, sería el protagonista de la novela de un amigo, tal y como pasó el año pasado. Pero jamás tuve la obsesión de convertirme
yo mismo en escritor, aún menos en escritor francés. Es una locura, y una alegría.
Escribir en árabe hasta cierto punto me parecía posible, es mi lengua, mis estudios, lo que amo. No es que me considerase incapaz de escribir en francés, simplemente era impensable, algo que nunca hubiese imaginado. Ahora que lo hablo, que domino el francés, tanto que a veces me da la impresión de ser mi lengua materna y que además hablo árabe, espero que el día que me dé por escribir en árabe sea tan comprensible como en francés. Agradezco a mi amigo francés por haber puesto mis relatos por escrito.

FUGA
Era el verano de cuando tenía seis años. Tuvimos que dejar nuestra casa para rehacerla, la pintura, cambiarlo todo, y nos mudamos a un barrio cerca del nuestro donde un amigo de mi padre nos había prestado su casa. Estaba bien cambiar de casa, era bastante agradable. Teníamos jardín, y no me sentía desorientado. Había muy pocos niños, no conocía a nadie; las vecinas de enfrente eran dos chicas, una de ellas tendría unos treinta años y su hermana
pequeña de catorce era monísima, inmediatamente nos hicimos amigos. Sus padres estaban divorciados, el padre, argelino, se había quedado en Argelia y la madre trabajaba en la embajada marroquí en Francia. Los abuelos se ocupaban de ellas, pero vivían solas. Eran ricas, siempre tenían dinero y muchacha interna. Desde el día siguiente al de nuestra llegada ya no me separaba de ella, de la más joven, pasábamos todo el rato juntos. En su casa había dos eucaliptos enormes de los que colgaba un columpio. Formaban un arco, y debajo poníamos esteras para estar más cómodos y ahí jugábamos. Estábamos de vacaciones de verano, y podíamos estar juntos desde la mañana hasta por la noche, sobre todo después de comer. Había unas amigas suyas, pero a mí con quien me gustaba estar
era con ella, las demás me daban igual. Ella se llamaba Saloua y en casa por las noches todos se reían de mí porque creían que estaba enamorado de ella, se metían conmigo apodándome “Saloua” y diciendo que era mi novia. Era muy especial, una niña guapísima con el pelo largo. A menudo, por las tardes, en su cuarto, delante de su armario que tenía
un gran espejo, se cambiaba de ropa sin parar. Le encantaba su pelo. Esa fue la primera vez que me disfracé de chica. Ella me hacía trenzas, porque yo tenía el pelo largo, me pintaba los labios para después lamérmelos. Pero no había nada sexual. En ningún momento parecía que se iba a quedar en pelotas, cuando nos cambiábamos era de lo más normal, como dos chavales o dos niñas que juegan. No intentaba que hiciésemos el amor, de todos
modos yo era demasiado joven para ella. A mi padre le gustaba que yo estuviese ocupado, estaba tranquilo, era como una mamá gallina para mí. Le alegraba que yo estuviese acompañado y que jugase. Mi familia tuvo una relación muy estrecha con estas chicas. La hermana se hizo amiga de la mía, y a mi hermano le atraía la pequeña, le gustaba mucho, se notaba. Mi hermano tenía una actitud severa hacia mí (porque a mí me mimaban todos,
sobre todo mi padre), una actitud tan dura que a la larga empecé a verlo como enemigo. Cuando me di cuenta de que le gustaba esta chica, le hubiese apetecido tener una relación distinta conmigo, para que pudiésemos hablar de ella, para que le ayudase a pasar un rato a solas con ella, pero yo no podía. Y él sabía que yo lo sabía, estoy seguro.

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